viernes, 17 de agosto de 2007

MARIO QUINTANA

Hay personas a las que les gusta escalar el Everest, una paranoia como otra cualquiera. Pero no soy quién para criticar, teniendo en cuenta la modestia de mi propia manía, la cual consiste en descubrir calllejuelas desconocidas. Com se vé, una manía bastante elemental. Sergio Gouvêa y yo éramos peritos en el asunto. Descendíamos en el final de una línea y cuando nos sonreía la perspectiva, enveredábamos por cualquier calle transversal. Nunca nos importó el nombre de la calle, porque estábamos haciendo descubrimientos y no turismo y, además, no constaba entre nuestras intenciones colonizar aquellas tierras incógnitas ni volver allí jamás. Eramos unos Colones completamente desinteresados. En aquel tiempo las personas solían reparar unas en las otras y los aborigenes nos obeservaban con una mirada de quien dindaga: "¿Quienes serán esos?". Bien, saciados los ojos en los paisajes suburbanos, a veces llegábamos a descubrir también un bar, generalmente de esquina, donde saciabamos la sed. Sólo no saciábamos los asuntos, sobre todo metafisicos, lo que debe dejar asombrados a los pragmáticos de hoy en día. Después volvíamos andando por el trayecto del tranvía, hasta cansarnos, momento en el que tomábamos dicho tranvía, y a veces llegábamos a caminar hasta el centro, en los días de mejor forma. Por esas andanzas domingueras nos juzgábmamos peripatéticos. ¡De qué! Sólo éramos precursores de método Cooper. Aunque a cámara lenta.

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Un abrazo

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